Algunos relatos publicados
La fe del escribidor
De niño hice algunos poemas en el colegio, pero la rima no se me daba. Escribir una novela era un sueño, pero me parecía una exageración para la que no estaba preparado, por eso probé con los cuentos. Cuando topé con las exigencias que el género precisaba me pasé a los microrrelatos, sin duda lo mío era captar esencias, al principio en un folio, luego en veinte líneas, seiscientos caracteres, doscientos, cien, cincuenta, Mi vida en una línea, Un título, el Concurso de la súper-palabra. Ayer, mientras tomaba un café recibí una llamada, había ganado un certamen en el que no participaba.
*Finalista III Concurso de Microrrelatos Obra social Caja de Ávila Edición ilustrada. Obra Social Caja de Ávila, 2010
La ley de la palanca
Terminé regresando, para regocijo de los custodios del «en ningún lugar como en casa». Abrí la puerta de la cocina y la cucharilla seguía en equilibrio sobre el borde del vaso. Así la dejé el último día de aquellos tiempos, antes de escapar de la ciudad que me pudría. Pensaron que volví loco, que los años me secaron, además de las carnes, los sesos y mi ejemplo servía de comidilla en esos pisos de ciudad pequeña en que los niños tatúan sus futuros con el estertor de los telefonillos y las «mierdas» conyugales de los del tercero izquierda. Pero no me encerré en casa por locura, ni por necesidades embrionarias de retrospección. Todo tenía que ver con el desafío de aquella levedad que convertía mi revolución personal en la pataleta de un adolescente devenido súbitamente en cincuentón. Daba igual donde fuese o las experiencias recopiladas, siempre terminaba preguntándome si la cucharilla de café se mantendría en equilibrio sobre aquel punto, y estando «lejos».
Quizá mañana la empuje con la punta del dedo y salga de esta cocina y vuelva a intentar dejar esta ciudad que me pudre.
*Selección Certamen Microrrelatos, 2012. Bardeblás Ed. Distribuciones Vadillo
No soy nada
Abro los ojos y todo sigue negro. Tampoco me llega otro sonido que este pitido sordo que definimos como silencio. Intento palpar dónde estoy y no tengo posibilidad alguna de movimiento. Con el miedo más absoluto como escenario, retrocedo mentalmente hasta el último instante de normalidad: estaba en casa, viendo la televisión, giré el rostro y topé con los ojos negros de mi amada atravesándome como si no estuviera allí.
*Microterrores (Selección de relatos) Ed. Diversidad Literaria, 2014
Otros andenes
Merodeada por los rincones emblemáticos con la impaciencia contagiada de los andenes. Tras algunos pasos arqueaba las cejas, levantaba las punteras de los zapatos y vaciaba los carrillos en perdigonadas cantarinas, oteando en derredor.
Al principio le bastaba con el reconocimiento general de los turistas antes de colarse en el encuadre de sus objetivos fotográficos e imaginarse ya sobre lejanas estanterías, detrás de los felices retratados, como uno que pasaba por allí. Así viajaba a China, África, Australia o inmensidades semejantes. Después comenzó a perfeccionar la identificación de los lugares de procedencia de sus transportadores valiéndose de las pistas derivadas de sus atuendos, acentos y otras minuciosidades aprendidas; y a disfrutar marcándolos con chinchetas en un mapa, como si de sus propias travesías se tratase.
Pero también había días cualquiera, en los que volvía a casa sin viaje, sobre el mismo círculo invariable de calles numeradas.
*Finalista I Premio Nacional de Narrativa Breve Villa de Madrid 2015 Ed. AEPE
¡Ahí os quedáis! pensó el viejo al encerrarse en el armario. Nunca se le volvió a ver.
(Plectropatía, 2018)
Una vez en la azotea,
se dejó “elevar”
hasta romper el techo de asfalto
que le pudría.
(Plectropatía, 2018)
Al ponerse el sol ella se quitó las gafas y volvió a sentirse solo sin el reflejo de su único aliado.
(Plectropatía, 2018)
La cigüeña
Las manos a la espalda elevaban sus omóplatos pronunciándole la delgadez. En algún momento de la migración tenía que haberse desorientado. Caminaba siempre de espaldas al sol, por si fuera cierto aquello de su mala sombra.
(Plectropatía, 2018)
Terra
- Siempre hay semillas
entre las rayas negras
de las aceras.
- Me desconsuela
la marcial cuadratura
de las macetas.
- Desde los vasos
flores decapitadas
nos compadecen.
*Finalista certamen Haiku. Grau Miró. Barcelona, 2011
La gata
Se pasó la yema lamida por las cejas y llamó a los chicos. Le encantaba empezar la casa por el tejado.
(Plectropatía, 2018)
Cinco balas para seis hombres. No falló. Luego apuntó al último como si tuviese otra para él, éste, aterrado, se voló los sesos.
(Plectropatía, 2018)
Aprovechó el privilegio de la caseta de la feria para recoger los autógrafos de sus insólitos lectores.
(Plectropatía, 2018)
Metió la bala en el tambor y lo dejó cargado en la mesilla. Cuando llegó la parca, el óxido no pudo evitar que le cogiera con vida.
(Plectropatía, 2018)
El futbolín
Caminaba como un pardillo por las aceras, con las punteras de las botas rotas y el corazón oxidado. Acababa de fugarse de la uniformidad.
(Plectropatía, 2018)
Nueve años después regresó con la barra de pan. Pocos entendieron aquello de que había seguido el camino más corto para volver a casa.
(Plectropatía, 2018)
Cada domingo la manta del chatarrero mostraba el revólver que mató al presidente cuya muerte provocó la guerra mundial, pero nadie lo sabía.
(Plectropatía, 2018)
Nunca entendió de inversiones, coger el aire por la boca y expulsarlo por la nariz le costó la vida.
(Plectropatía, 2018)
Presentación
Unos minutos más y en la sala sólo estará mi voz. Lo pienso y dudo de mi capacidad articular para hacer palabras con el aire. Siento las punzadas de algunos ojos en mi rostro. Van a pintarme granos con tanta curiosidad. Apenas miran ya a mi presentador, saben que la bola de sus palabras terminará chocando en mí. El descenso es brutal. Soy el fin de su monotonía. Elevo el brazo, en su extremo reconozco un botellín de agua que usé hace unos minutos, ha sido un acto reflejo, no motivado por la sed. El plástico transparenta un sorbo nada más. No debí consumirlo tan veloz, ahora estoy más solo. Beber supone elevar el cilindro hasta la perpendicular. Demasiado aparatoso. Me deshago de él como si no hiciera nada, pero siento su liviano peso sobre la madera y me produce un suspiro. Ha sido un gesto vacío. Abajo dos caras se miran cómplices y luego las dos hacia mí, cualquier mueca me resultaría incómoda. Tuerzo la mirada, aunque sé que siguen ahí, perforándome. Sin querer me reencuentro con el primer agua engullida, ahora es salada y corre por mi cara como tormenta marina hacia las cuencas de los ojos. La transparencia de las lentes multiplica el manantial. No encuentro en los dedos que me arrancan las gafas los dedos que tengo a solas. Son dedos vulgares e indeterminados, nada más. Vuelvo a sentir la debilidad sobre la madera, sobre ella las patillas hacen vagos retorcimientos. Otro suspiro, otra burbuja en una inmensa densidad. Me seco el sudor en un pañuelo demasiado pequeño. De pronto mi nombre se desliza limpiamente por mi oído izquierdo. Demasiado adorno en su pronunciación. Entre brumas identifico la sonrisa de mi presentador, lo conocí hace unos minutos, ni siquiera sé si ha leído el cuento. Se hace un silencio sepulcral. Por un instante vacilo en ponerme las gafas, así borraría tanto análisis innecesario, pero esos dedos desconocidos se me han adelantado. Carraspeo. El micrófono hace que parezca una tempestad. También yo me siento multiplicado. Tan solo di letras a un cuento. Yo ya no pinto nada aquí. Que le pregunten al cuento. No me gusta hablar cuando no tengo nada que decir. Por fin todo mi cuerpo parece responder al unísono. Soy una piña, un solo pedazo de carne regurgitado. ¡Me voy! La silla rechina. Alguien ha dicho “adónde va”. Tiemblo, pero con el consuelo de saber desvanecido este escenario tras la puerta.
*Finalista. IV Concurso Hiperbreves. Revista Páginas. Palencia, 2005
Carta a un maltratador
*Finalista. II Certamen: Cartas a un Maltratador Ed. Asociación Palentina de Mujeres para la Democracia (Colabora: Junta de CyL, Consejería de Familia e Igualdad de oportunidades y Direcc. General de la Mujer), 2004.
Os escupo en la cara
Joder, ¡todavía un año para los dieciséis! No entiendo ese empeño por mantenerme en una puta clase sabiendo que lo que ven en la silla sólo es un cuerpo vacío. Supongo que si no fuera un chico tranquilo llegarían conmigo a un acuerdo tácito para pasar por alto mis faltas, como hicieron con el Guti, o el chaval aquel de la otra clase, no recuerdo el nombre. Yo heredé de mi padre la pachorra, y eso me hace transigible. ¡Qué será de él!, dice mi madre que no fue bueno con nosotros, que utilizó el camión para estirar la adolescencia, que le vieron donde no debía más de una vez en vez de pisarle para llegar a tiempo de alguna noche de cólicos y biberones; que luego es muy fácil decirle a un chico lo que le quiere y comprarle con un colegueo poco educativo. Los días que estoy con él me dice que ella era la primera que no estaba preparada para cambiar sus rutinas, que llegué por sorpresa y no supo encajarme en su juventud. Y que usaba las lágrimas como nadie para blanquear sus descarríos. ¡Puta mierda! Los odio tanto como los quiero a mi lado en noches como esta, que estoy tan solo, tan emporrado, tan harto de esta libertad para decidir sin rumbo, ni guía ni patrón. Estoy harto del engaño de unos y de otros. De los que dicen que me quieren ayudar, pero suena un timbre y desaparecen hasta el día próximo a la misma hora. ¡Una farsa! Harto de las risas cómplices que sólo me buscan para contar a otros panolis que son colegas de un maleante, sin tener ni zorra idea de quién soy. Harto de las miradas compasivas de quienes ya me dan por muerto, pero me guiñan un ojo con una estúpida sonrisa de seminarista roquero. ¡Una basura todo! «Os escupo en la cara», que decía el Lorca aquel en un poema que me sacó del hastío una mañana de invierno. Cualquier día me iré de esta ciudad que me aplasta lentamente… no sé si para dar otra oportunidad a lo que quede de mí, o simplemente para no conocer a nadie más que se preocupe por mi suerte.
Finalista relato corto Asociación Cultural Eclipse y Suseya Ediciones 2021
Estruendo luciferino
¿Qué quieren que hiciera?, ¿resignarme a ese incordio de por vida?, ¿disolverme entre la amansada muchedumbre sin apelar al ímpetu de la condición humana? Les repito que no era ocasional, que era cons-tan-te, ¡que apenas podía oírme cavilación alguna!, de ahí el “estruendo luciferino” (como dicen ustedes) y con él el quebranto de la Ley de la Calma. Me poseía desde hace tiempo, ¡no lo soportaba más! ¿Pueden intuir tal circunstancia ?… No, no lo hacen, esos rostros de lasitud descreída hablan por sí solos. No me vengan otra vez con lo mismo por favor, ¡claro que hay excusa!, ¡a ustedes me gustaría haberles visto en las mismas! “Bajo, bajo, más bajo, un instante de silencio y, de súbito, obstinadas hormigas velocísimas muy alto y fino, más hormigas calzadas de cristal ahora e, inesperadamente, bajo de nuevo, bajo, más bajo…” ¡Perdónenme!, intento transmitirles la naturaleza del acontecimiento de la mejor manera posible, para que comprendan los motivos de mi empeño, nada más, no es necesario que se sulfuren para que entienda que no quieren volver a oírlo aunque, ¡claro que es necesario! Si me dieran la oportunidad de hacerles experimentar el estado al que esta “posesión” podría llevarles una vez en el aire, fuera de mí, quizá… ¿No podemos llegar a un acuerdo? Si al menos me dejasen unos minutos para podérselo mostrar completo sabrían de lo que estoy hablando realmente. Una vez, una vez nada más. Estoy dispuesto a acatar la pena que se me imponga sin ningún tipo de oposición ni queja si después de mi exposición siguen pensando igual. ¡No, no me dejen aquí atado, no se vayan sin escucharme!
Y ahora este silencio ensordecedor donde vuelve a crecer el Mal, sólo para mí. “Bajo, bajo, más bajo, un instante de silencio y, de súbito, obstinadas hormigas velocísimas…”. Buenos días, ¡el rey!, sí, yo soy el estruendoso. Gracias, pero tienen que desatarme primero y dejarme nuevamente la herramienta que me requisaron al detenerme. Ese trozo de madera, efectivamente, aunque si se fija bien no sólo lleva madera, ¿ve?, le cruzan cuerdas de tripa, al conjunto lo llamo “traviesa”. Perdone, no me demoro más. Tan solo rogaría a su majestad que me permita terminar; quizá el inicio le arranque una desairada orden censuradora, pero si hiciese el esfuerzo de salvar esa primera traba, comprenderá mi posición. ¿Mi vida? Si ese es el precio de la osadía, lo asumiré. No teniendo más que hablar, encomiendo a los dioses el buen tino de estas manos para que puedan ser fieles reproductoras de lo que tan incansablemente se me revela. Procedo:
“Bajo, bajo, más bajo, un instante de silencio y, de súbito, obstinadas hormigas velocísimas muy alto y fino, más hormigas calzadas de cristal ahora e, inesperadamente, bajo de nuevo, bajo, más bajo, por poco enterrado y cuando casi arriba la vergüenza por la largura de ese estado, ascienden como empieza la lluvia, gotas sueltas de la misma materia, pero más transparente; se seca el suelo y las gotas solas enloquecen de soledad en la planada; donosa deidad propende con el desaire y ordena pasado un rato más lluvia inversa que palie; todo es ahora ordenada tempestad, ríos precipitados en oquedades, bocas ciegas, que obligados a volver topan de suerte que devienen laguna calmosa; mucho después, habiente de la capacidad de dúctil contemplación de naturales pendencias, la primera criatura que a la imaginación llega, en sus pueriles andares desdibuja todo en juego, sin daño hasta el silencio más bajo que quepa ser contemplado”.
Si es la muerte lo próximo que me venga, que sea en lo que este hombre levante el rostro y no se crucen noches en medio, que sea afilado el hacha que me separe, que sea ducho el verdugo y de manos firmes, que no tenga tiempo de reconocer a nadie que ame entre quien me observe y que alguien, antes de que la tierra me disuelva por completo, sienta en sus propios huesos el dañino embrujo que a este bien recién sentido lleva. Espero, eso sí, que pueda compartirlo más de lo que yo lo hice…
Llora, ¿tanto desdén sugiero? Algo pretende decirme. Parece más blanda su cara, antes pendía menos y su nariz, sin duda más aguileña, pronunciaba menos también sus entradas. Pero qué poco le duró la mansedad, ¿guardias?, ¿ya?, ¿ni siquiera le admite la altivez dirigirme una palabra? Únicamente permite la entrada a dos, los dos que me amordazaron, para no desordenar al resto, supongo, dedicados a otros menesteres. Que hostilidad al cumplido, cualquiera diría que le ofende ser reverenciado. Me dominan los envites desbocados del corazón, me llega vago el movimiento, ¡que expliquen ya a que atenerme! o no podré escucharlo consciente. No comprendo esta genuflexión. ¿Perdón?, algo quiebra este momento. ¿Por los daños que me causaron?, muchos son, es verdad, pero no soy capaz de proferir ni un “¿qué?”. Decidir yo sobre sus vidas ahora, como si pudiera decir ¡muerte! mirándoles a los ojos. Mantendré el asombro un poco más de lo que me duró, para no pecar de crédulo y soberbio, siempre arriesgado ante un rey. “Vida, señor, “su única culpa es la rudeza”, alimentada por sus rudos preceptos, añado para mis adentros con cuidado de no dejarlo salir por la mirada. Su gesto les alza y perdona, pero les relega a sirvientes. Sin duda esperaba mi venganza, ojalá le sirviera de ejemplo para alguno de sus dictámenes. Voy de su mano como a lomos de un corcel recién domado, temeroso aún de algún sobresalto que lo desmane. Qué bellas estancias aterciopeladas, y qué tapices áureos tan descompensados con el hedor efervescente de allende estos muros, pero ¡qué silencio! Me parece una obscenidad este émulo de “paseo triunfal”, máxime cuando hace unos momentos me jugaba el mismo tramo pero en dirección al cadalso. No me responde a nada, primero es su deseo, al parecer claro, luego mis dudas: ¿tanto le agradó?, ¿qué supone esta visita palaciega? Me incomoda tanta salutación. Entended lo que os transmito con mi alcocarra, siervos, que también yo lo soy, que asistís a un casual. ¿Dónde entramos? ¡Me otorga una estancia para mí solo! ¿Vivir en la corte?, me honra usted con su ¿indulgencia? No sé si añadir “reconocimiento”, porque aún no se ha pronunciado. Todavía me dura el temblor en la voz. Por fin me brinda una mirada directa, me sonríe, me posa las manos sobre los hombros, se le intuye algo de ternura entre tanta juventud consentida, aunque nada aterra más que la impiedad emergiendo de ojos angélicos, antes lo vi. Me dice que nunca oyó nada semejante, ha determinado llamarlo “deleitoso rumor” que desde hoy es mi labor, que lo haga a diario y de tal manera que se extienda por todas las cámaras. Tengo ilusión y miedo.
Hoy hace ¡un lustro! que todo esto comenzó. Se me asignó la credencial de Deleitante real y formo parte del “cónclave legislativo”. Me halaga que mis “dulcesrumores”, consuelen la vacuidad de la corte, me entusiasma poder turbar los ánimos de las doncellas enamoradas, reavivar pretéritas gestas cortesanas y dulcificar los estertores de las dolencias reales. Sí, puede decirse que he sido feliz hasta hace unos meses. Creo que la causa primera fue, otra vez, el ímpetu de la condición humana. Osado, abrí los ventanales de una habitación lindante con el exterior y contradiciendo el mandato de su majestad, ¡necio de mí!, lo hice. Ahora que sé más de su magnificencia y de las muchas bondades que su proceder conlleva, me arrepiento de mi error ¡ego hambriento de plebeyo! Sí, mea culpa, reconozco que disfruté viendo la peregrinación de aquellas almas desdentadas al amparo de mi ventana, me complacía contemplar cómo el poder de mis “dulcerumores” doblegaba hasta los brazos más robustos haciendo colgar azuelas y hoces como apéndices inútiles. Su sumisión me ayudaba a convencerme de que jamás les pertenecí. ¡Oh!, todos sucumbían, se ablandaban y miraban extasiados y eso, creía yo, ampliaba mi (y sólo mi) creatividad. La limitación a la corte mitificaba aún más mis composiciones y me convertía en una especie de deidad, inaccesible, sublime. Les recomendaba que continuaran con sus labores, evitando así cualquier represalia y así lo hacían, pero a una velocidad distinta, dependiente por completo del flujo de mi madera cordada. Ya había percibido semejantes alteraciones corporales en palacio, pero descontextualizadas de aquel modo se me presentaban casi sobrecogedoras. ¡No, no debí hacerlo!, luego comenzaron con esos horribles sonidos intercalándose en mis “dulcerumores”, ¡Pam, pam!, ¡pi, pi!, no puedo reproducir aquel “estruendo luciferino” de mejor manera. Pero ni siquiera mi ausencia pudo pararlo, a la misma hora cada día allí se concentraban nuevamente, los veía desde dentro, ¡Pam, pam!, ¡pi, pi! ¡Incautos!, fueron detenidos los instigadores, un muchacho que portaba un tronco hueco y recubierto con un trozo de piel de serpiente y una mujer con una pieza estrecha de madera, del tamaño de medio brazo aproximadamente y horadada por tres pequeños orificios.
Como miembro del Comité de Hombres Doctos, me vi obligado a participar activamente en la deliberación sobre el caso. Él no dejaba de suplicar comprensión hacia un impulso natural irreprimible. Le pedimos explicación, en mi caso puedo jurar que con la sincera intención de comprender aquel vandálico escándalo. Sin embargo, no deja de entrometerse aquella retahíla en mis pensamientos, “… paso lento, rengo, de extremidad de palo, desmembrado al punto en carrera desperdigada de joviales contrarios…” ¡Basta!, somos un pueblo en calma, ungido con el don de la razón, la palabra y la paz, todo cuanto nos conforma mantiene un equilibrio perfecto. ¡Decidí bien!, la mano de nuestro verdugo es virtuosa. No sufrieron. Aquella silenciosa mirada del rey, aunque algo suspensa, creo que atestigua mi buen juicio. No tiene explicación tanta comezón. Haré sonar mi “traviesa”. Que el palacio se deleite.
(Colección de relatos)